sábado, 28 de julio de 2012

La Vigilancia que de sí Mismo Debe Tener el Ministro (Spurgeon)






Todo obrero sabe cuán necesario le es conservar su herramienta en buen estado, porque "si los instrumentos se embotasen y no los amolase, tendría que emplear más fuerzas." Si al obrero se le gastara el filo de su azuela, sabe que se vería obligado a redoblar su esfuerzo, so pena de que su obra saldría mal ejecutada. Miguel Ángel, el predilecto de las bellas artes, comprendía tan bien el importante papel que desempeñaban los útiles que usaba, que hacia con sus propias manos sus brochas y pinceles, ejemplificándonos de ese modo al Dios de la Gracia que con especial cuidado se adapta a sí a todo ministro verdadero. Es verdad que el Señor puede trabajar sin el auxilio de instrumento alguno, conforme lo verifica a veces valiéndose de predicadores indoctos para la conversión de las almas; y también lo es que puede obrar aun sin agentes, como lo hace cuando salva a los hombres sin ninguna clase de predicadores, aplicando la palabra directamente por medio de su Santo Espíritu; pero no podemos considerar los actos soberanos y absolutos de Dios, como regla para normar los nuestros.

Él puede, supuesto lo absoluto de su carácter, obrar como mejor le plazca; pero nosotros debemos hacerlo, según nos lo preceptúan sus más claras dispensaciones; y uno de los hechos más palpables es que el Señor generalmente adapta los medios a los fines, en lo cual se nos da la lección de que es natural que trabajemos con tanto mayor éxito, cuanto mejor sea nuestra condición espiritual. En otras palabras: generalmente efectuaremos mejor la obra de nuestro Señor, cuando los dones y gracias que hemos recibido se hallen en buen orden; y lo haremos peor, cuando no lo estén. Esta es una
verdad práctica para nuestra guía. Cuando el Señor hace excepciones, éstas no hacen más que probar la exactitud cíe la regla que acabamos de sentar. Nosotros somos, en cierto sentido, nuestros propios instrumentos, y de consiguiente, debemos conservarnos en buen estado. Si me es menester predicar el Evangelio, no podré hacer uso sino de mi propia voz. y por tanto, debo educar mis órganos vocales.

No puedo pensar sino con mi propio cerebro, ni sentir sino con mi propio corazón, y en consecuencia, debo cultivar mis facultades intelectuales y emocionales. No puedo llorar y sentirme desfallecer de ternura por las almas, sino en mi propia naturaleza renovada, y por tanto, debo conservar cuidadosamente la ternura que por ellas abrigaba Cristo Jesús. En vano me será surtir mi biblioteca, organizar sociedades, o proyectar estos o aquellos planes, si me muestro negligente en el cultivo de mí mismo; porque los libros, las agencias y los sistemas son sólo remotamente los instrumentos de mi santa vocación: mi propio espíritu, mi alma y mi cuerpo son la maquinaria que tengo más a la mano para el servicio sagrado; mis facultades espirituales y mi vida interior son mi hacha de armas y mis arreos guerreros.

McCheyne, escribiendo a un ministro amigo suyo que andaba viajando con la mira de perfeccionarse en el alemán, usó un lenguaje idéntico al nuestro: "Sé que te aplicarás con todo empeño al alemán, pero no eches en olvido el cultivo del hombre interior, quiero decir, del corazón. Cuán diligentemente cuida el oficial de caballería de tener su sable limpio y afilado, frotándole con tal fin cualquiera mancha con el mayor cuidado. Recuerda que eres una espada de Dios, instrumento suyo, confío en ello, y un vaso de elección para llevar su nombre. En gran medida, según la pureza y la perfección del instrumento, será el éxito. No bendice Dios los grandes talentos tanto como la semejanza que se tiene con Jesús. Un ministro santo es una arma poderosa en la mano de Dios."





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