En vez de hacer un muestreo de varios textos de los evangelios
para responder la pregunta que encabeza esta entrada, quiero concentrarme en
uno solo (un texto que extranamente no suele citarse cuando se habla de la
doctrina de la elección): Lc. 10:22:
“Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo lo quiera revelar”.
Si tuviera que escoger un texto de
los evangelios que enseñe sin lugar a dudas la doctrina de la elección
incondicional y soberana éste sería, sin duda, una de mis primeras opciones.
El Señor Jesucristo dice claramente aquí que nadie conoce
realmente quién es el Hijo, excepto el Padre. Pero de igual manera, nadie
conoce quién es el Padre, excepto el Hijo. Y, por supuesto, el Señor no se está
refiriendo al conocimiento intelectual de que existe un Dios. De lo que Jesús
está hablando en este texto es de un conocimiento íntimo y personal que sólo
disfrutan aquellos que participan de la vida eterna, es decir, aquellos que son
salvos: “Y
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).
Obviamente, si nadie conoce al Hijo de ese modo, excepto el Padre;
y nadie conoce al Padre, excepto el Hijo, entonces es imposible para el hombre
pecador alcanzar ese conocimiento a menos que Dios tome la iniciativa de
revelarse. Y eso es precisamente lo que este texto enseña. Lean otra vez el
pasaje de Lc. 10:22: “Todas
las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo
sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”.
Como era de esperar, este pasaje concuerda perfectamente con otras
declaraciones de Jesús que encontramos en los evangelios. Cuando Pedro hizo la
famosa confesión en Cesarea de Filipo de que Jesús era el Cristo, el Hijo del
Dios viviente, el Señor le respondió: “Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi
Padre que está en los cielos” (Mt. 16:17).
Y en Jn. 6:44, dice el Señor Jesucristo una vez más: “Ninguno
puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Y
otra vez, en la oración sacerdotal de Jn. 17, dice en los versículos 6 al 10: “He
manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me
los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las
cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste,
les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de
ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el
mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo,
y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”.
Este pasaje no podía ser más claro:
Jesús no ruega por el mundo, sino por aquellos que el Padre le dio; y es a esos
que el Padre le dio a quien Él revela el nombre del Padre. Los que poseen el
conocimiento salvador del que hablan estos textos son aquellos a quienes Dios
se les quiso revelar; es decir, los que fueron soberanamente escogidos para
ello.
Ahora bien, al leer estos textos
surge una pregunta: ¿Quién revela a quién, el Padre al Hijo, o el Hijo al Padre?
En Lc. 10:22 dice que es el Hijo el que revela al Padre; mientras que en las
palabras de Jesús a Pedro en Cesarea de Filipos, dice que fue el Padre quien le
reveló a Pedro que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Así que una
vez más nos preguntamos: ¿Quién revela a quién?
Parte de la respuesta es que Dios el Padre y Dios el Hijo están
unidos en un mismo propósito: revelarse a un grupo de personas soberanamente
escogidas. Dice el Señor en Jn. 5:19: “De
cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo
que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el
Hijo igualmente”. No obstante, podemos decir que estos pasajes
revelan la siguiente secuencia, muy bien sintetizada por John Piper en su libro
“Piense”: “Primero venimos a Jesús porque el Padre nos ha revelado que él es el
‘Mesías’, el Hijo del Dios viviente’. En segundo lugar, Jesús nos revela a Dios
Padre en su plenitud cada vez mayor”. Y más adelante añade: “El Padre atrae a
las personas al Hijo – es decir, los da al Hijo –, y luego el Hijo les
manifiesta al Padre”.
Por supuesto, no debemos olvidar las palabras de Jesús a Felipe en
Jn. 14:9: “El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Y en Jn. 10:30: “Yo
y el Padre somos uno”. Es a través de Cristo Jesús que nosotros
conocemos al Padre, porque “Él
es la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15), Aquel en quien “habita
toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9).
Así que si hoy estamos en Cristo no
es porque nosotros seamos más inteligentes, o menos pecadores, o más inclinados
hacia las cosas espirituales que aquellos que no creen; sino porque Dios, en Su
misericordia infinita, decidió soberanamente revelarse a nosotros. Por eso Él
recibe toda la gloria en la salvación de los pecadores, porque la salvación es
Su prerrogativa y de nadie más.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede
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